✈️ Venecia, la belleza en otoño
- Núria Carballo

- 22 oct
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 23 oct

La calma antes de Venecia
Nunca me ocurre con ningún otro destino.En los aeropuertos suelo ser práctica: reloj, maleta y billete. Pero cuando el vuelo es a Venecia, nada más llegar, bajo revoluciones. Como si el cuerpo supiera a dónde va antes que la cabeza. La tensión desaparece, el ruido pasa a un segundo plano y empiezo a respirar más lento.Sé que en unas horas estaré en esa ciudad donde todo flota, donde el tiempo se mueve al ritmo del agua, mi segundo hogar.
El vuelo con Vueling desde Barcelona dura poco más de una hora y 40 minutos, pero a mí me parece un tránsito entre dos mundos: del ruido al silencio, del aire al agua, de la prisa a la calma.
A las ocho de la mañana, el aire del aeropuerto de Marco Polo huele a otoño y a sal. La brisa marina, te recibe como una vieja amiga.
El primer vaporetto siempre tiene el mismo efecto: una mezcla de emoción y paz. En el horizonte las cúpulas apenas se adivinan entre la bruma.Respira profundamente...Venecia, incluso antes de llegar, ya te regala una vista maravillosa.
🌫️ La llegada
El vaporetto avanza despacio, como si también supiera que en Venecia las cosas no se hacen con prisa.
No hay estruendo, no hay coches, no hay tránsito. Y de repente, esa sensación de estar dentro de un cuadro se vuelve real: Venecia respira arte y belleza sin esfuerzo.
Cada vez que llego me ocurre lo mismo: siento que no viajo a un lugar, sino a una emoción. En otoño / invierno, cuando los turistas son menos y el ritmo vuelve a ser el de los venecianos, la ciudad muestra su versión más auténtica.
A las ocho y media de la mañana, Venecia ya está despierta pero sin ruido.Los gondoleros conversan, los primeros barcos de reparto cruzan el canal, y los cafés empiezan a llenarse de gente local.

☕ El lujo del silencio
Esta vez me alojo junto a la Plaza San Marco, en esa zona donde todo late con historia y elegancia.Si tuviera que recomendar tres lugares donde alojarse a solo unos pasos, serían el Hotel Danieli, un clásico veneciano con vistas de cine; el La Fenice des Artistes, con su ambiente artístico y discreto, o el Hotel Flora, ese pequeño refugio con jardín interior que conserva el alma de la hospitalidad italiana. Distintos hoteles, mismo código: quietud bien entendida.
Apenas dejo la maleta, mi primer destino no necesita presentación: el Caffè Florian.Entrar allí es casi un ritual. Abierto desde 1720, es uno de los cafés más antiguos del mundo, y ha sido testigo de siglos de historia, de artistas, escritores y viajeros que, como yo, buscaron refugio en su atmósfera.Tomar el primer cappuccino de la mañana entre sus espejos dorados y sus frescos es una forma de agradecerle a la ciudad su existencia.No hay lugar que resuma mejor el espíritu de Venecia.
📖 Si quieres conocer más sobre este lugar icónico, te invito a leer mi artículo completo sobre el Caffè Florian, una de mis direcciones favoritas en la ciudad.

Desde allí, puedes empezar a caminar sin rumbo fijo, Perderse en Venecia no es un descuido: es casi una forma de conocerla.La ciudad está dividida en seis sestieri —San Marco, Dorsoduro, Cannaregio, Castello, San Polo y Santa Croce—, cada uno con su propia alma y carácter.Caminar por ellos significa cruzar casi cuatrocientos puentes, desde los grandes del Gran Canal hasta los más escondidos entre patios y callejones.
Solo cuatro puentes cruzan el Gran Canal: el Rialto, el dell’Accademia, el degli Scalzi y el della Costituzione, cada uno con su estilo y su historia.Pero son los pequeños los que mejor definen la ciudad, como el Ponte dei Pugni, en Dorsoduro, famoso por las antiguas peleas de puños que enfrentaban a los barrios rivales.Caminar por esos puentes es recorrer siglos de historia suspendida entre piedra y agua, una coreografía de pasos, ecos y reflejos que solo Venecia sabe crear y en esta época del año eso se convierte en un privilegio. Me dirijo paseando hacia el Puente de la Academia, donde la vista del Gran Canal es simplemente perfecta...(Próximamente: Los puentes más emblemáticos de Venecia →)Más adelante, el Puente de Rialto aparece majestuoso, pero sin multitudes. Puedo detenerme sin empujones, observar el mercado que despierta y escuchar las voces locales. Cada esquina tiene una historia, cada canal refleja un fragmento de arte.
Venecia te enseña a mirar despacio, a no buscar nada concreto, a dejarte llevar por el sonido del agua y el aroma a café que sale de las pequeñas pasticcerie. Aquí, cada paso es un recuerdo en construcción.
⛪ Campos, iglesias y pequeños secretos
Una curiosidad que siempre me gusta compartir: en toda Venecia solo existe una plaza, la Piazza San Marco.Todo lo demás —por muy grande o majestuoso que sea— se llama campo.Así están el Campo San Polo, el Campo Santo Stefano o el Campo Santa Margherita, lugares donde aún se mezclan las voces de los vecinos y los niños jugando.
Y entre esos campi, surgen joyas menos conocidas que merecen detenerse:la Chiesa di San Barnaba, recordada por su aparición en Indiana Jones y la Última Cruzada, pero también por su calma luminosa y sus frescos discretos;la Chiesa di San Zaccaria, cuya cripta se inunda en días de marea alta creando un reflejo casi sagrado;o la Santa Maria dei Miracoli, una pequeña obra maestra de mármoles policromos, tan perfecta que parece una caja de joyas escondida entre canales.
Y si pasas por la zona de San Polo, busca los barcos de fruta y verdura que amarran junto al canal: mercados flotantes que recuerdan que Venecia, pese a su belleza inmutable, sigue viva y cotidiana.Detalles así son los que hacen que cada visita sea distinta, y que incluso perdiéndote, siempre acabes encontrando algo nuevo.
(Próximamente: Las iglesias más bellas y desconocidas de Venecia →)
🎨 Arte en estado puro
Y es que aquí , el arte no se busca: simplemente aparece. Surge en cada fachada, en cada iglesia, en el reflejo del agua sobre los mármoles, o en un cuadro que parece mirar de vuelta.Es una ciudad que enfría el ruido del mundo para dejarte solo frente a la belleza, sin palabras, reducido a lo esencial: disfrutarla.
Mi recorrido empieza cerca de La Fenice, uno de los teatros más bellos y emblemáticos de Europa.Su historia es tan veneciana como su nombre: renació de las cenizas más de una vez, igual que el ave fénix.Por fuera parece discreto, pero por dentro deslumbra — dorados, terciopelos, frescos — todo ese esplendor clásico que recuerda que el arte aquí no es una exhibición, sino una forma de vida.
Desde allí, puedes caminar hasta la Galería de la Academia, ese templo donde habita el color veneciano.Canaletto, Tiziano, Veronese…Cada sala es una lección sobre luz y materia, sobre cómo la pintura fue capaz de capturar la atmósfera de la laguna mucho antes de que existieran las cámaras. En invierno, cuando hay menos visitantes, se puede recorrer sin prisa, casi en silencio.
Unos pasos más allá, cruzando el Gran Canal por el Puente de la Academia, se llega a otro lugar que siempre me conmueve: la Colección Peggy Guggenheim.Allí, en un antiguo palacio frente al canal, la modernidad se mezcla con la historia.Picasso, Dalí, Pollock, Kandinsky… conviven con la niebla veneciana como si siempre hubieran pertenecido a ella. Es imposible no pensar en Peggy — en su vida libre, su elegancia excéntrica, su mirada contemporánea — y en cómo supo traer a esta ciudad milenaria el pulso del arte moderno.
Y luego está la Venecia de los detalles: los pequeños talleres escondidos en el Dorsoduro, las puertas de madera con pintura descascarada, los mosaicos que brillan en las iglesias menos conocidas.Cada rincón parece recordarte que aquí el arte no solo se contempla, se respira hasta convertir la ciudad entera en una galería viva.
En Venecia, el arte enmudece al visitante.No te invita a mirar, te obliga a sentir.
🍝 Dónde comer en Venecia
Comer bien en Venecia no es una excepción, es casi una norma.A diferencia de otras ciudades muy turísticas, aquí la mayoría de los restaurantes conservan el respeto por la tradición y los productos locales. Da igual si eliges una osteria sencilla o un lugar más refinado: la cocina veneciana tiene ese punto de honestidad que se nota en cada plato.
Uno de mis favoritos es Il Buso, justo junto al Puente de Rialto. No es un restaurante pretencioso, pero tiene algo especial.La vista es impresionante — literalmente sobre el agua — y el servicio, impecable.Sus tallarines a la veneciana, con marisco fresco y el toque justo de vino blanco, son de los mejores que he probado.Y si prefieres carne, el filete de manzo con verduras es un acierto absoluto: jugoso, bien servido y con ese sabor clásico que reconforta.Aquí todo fluye con naturalidad, desde la atención hasta el ambiente.Sentarte junto al canal, ver pasar las góndolas y comer despacio es un lujo sencillo y perfecto.

🎭 El invierno veneciano: entre mareas y máscaras
Venecia no se detiene, ni siquiera cuando el agua sube. Durante los meses de noviembre y diciembre, la ciudad vive sus acqua alta, esas mareas que inundan las plazas y obligan a caminar sobre pasarelas de madera. Lejos de ser un problema, forma parte de su carácter.Los venecianos continúan con su rutina, los cafés siguen llenos, y hay algo casi mágico en ver reflejada la Basílica de San Marco sobre el agua.
En plena marea alta, sentarse a tomar un café con las botas de plástico puestas, es una de las experiencias más extrañas y entrañables que he vivido: ver cómo la vida sigue, elegante y tranquila, incluso cuando todo parece sumergido. Es maravilloso, por raro que parezca.
La Navidad en Venecia tiene un encanto particular.Las luces se reflejan en los canales, los escaparates se visten de dorado, y el sonido de los coros en las iglesias añade una calidez inesperada al frío de la laguna.No hay estridencias,como si la ciudad supiera que no necesita adornos para ser bella.
Y justo cuando el invierno parece calmarse, llega febrero con su momento más emblemático: el Carnaval de Venecia. Calles, plazas y palacios se llenan de máscaras y trajes que parecen salidos de otra época. Es un espectáculo visual y cultural que hay que vivir al menos una vez en la vida: un homenaje al misterio, al arte y a esa teatralidad tan propia de la ciudad.
Venecia cambia con las estaciones, pero en ninguna es tan auténtica como en invierno.Aquí la belleza no se apaga: simplemente se vuelve más íntima, más suya.

🌅 El atardecer desde Murano
A medida que la tarde se apaga, decido tomar el vaporetto hacia Murano. No por una razón práctica, sino por ese deseo de ver Venecia desde fuera, de contemplar su silueta mientras el día se despide.El trayecto es corto, pero suficiente para que todo cambie: la luz, el aire, el silencio.
Cuando el sol empieza a descender, los tonos del cielo se transforman. Primero dorado, luego ámbar, después un violeta suave que parece disolverse en el agua. Desde la cubierta del barco, ver el skyline de Venecia recortado contra ese fondo es una imagen que se queda grabada en la memoria.Las cúpulas, los campanarios, los tejados antiguos… todo parece suspendido entre el cielo y la laguna, en perfecta sintonía.
El agua refleja los últimos destellos del día y el viento trae ese olor inconfundible de sal. El murmullo del motor del vaporetto se mezcla con el graznido lejano de una gaviota. Nadie habla demasiado: es como si todos supieran que este momento merece silencio.
Llegar a Murano al caer la tarde es casi poético. Los canales se vuelven espejos que duplican el cielo violeta.Caminar por allí te regala una tranquilidad absoluta, con el abrigo bien cerrado y las manos heladas, tiene algo hipnótico.Es una Venecia distinta, más íntima, pero con la misma belleza que no se explica.
Desde aquí, Venecia parece un sueño suspendido, una promesa.Y pienso que no importa cuántas veces vuelva: ese atardecer siempre será distinto, pero igual de perfecto.

🌙 Conclusión
Hay lugares que no necesitan palabras, y Venecia es uno de ellos.Su belleza impone silencio y profundo respeto. El invierno aquí revela su verdad, de cercanía, de autenticidad.No hay decorado, no hay exceso: solo la ciudad y su gente, viviendo a su ritmo, sin pretensiones.
Puede que haya nacido en otro lugar, pero Venecia es mi segundo hogar.
La elegí sin dudar, entre mil destinos posibles…aunque a veces creo, que fue Venecia quien me eligió a mí.
— Viajes de Ella




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